sábado, 24 de agosto de 2013
miércoles, 21 de agosto de 2013
ALEJANDRA DE LA MUERTE
Fue
en Chile. Un Chile sádico. Nadie lo olvide.
Fue
en el Chile criminal que Castro les regaló a los comunistas chilenos, forzando
a ese país a elegir entre la intervención de los militares o un comunismo a
perpetuidad, a la cubana. Típico de Fidel: las opciones del Comandante en Jefe
siempre han sido esas dos, indistinguibles, tu muerte o mi muerte.
En
los años setenta, la Revolución Cubana tenía que dejar muy claro una cosa en el
plano de la intriga internacional: la Vía Chilena era una mierda, la única
opción del comunismo era la guerra a muerte contra las democracias.
Allende
fue el gustoso títere de la Isla y Moscú: un abogado enloquecido, cegato, con
algo de García Márquez incluso físicamente, que al final debió ser ultimado por
la propia seguridad cubana de La Moneda, para que no aceptara el exilio al que iba
a humillarlo Pinochet.
Ella
se llamaba Alejandra.
Alejandra
de la Muerte. Y era más que comunista, una criminal. Como todos entonces.
Cuando
cayó en las manos de los milicos, no se arriesgó ni a aguantar la primera
sesión de torturas. Tampoco sabía cómo matarse (normalmente es muchísimo más
fácil matar a los demás).
Fue
valiente. Se rindió y punto, por adelantado. Lo aceptó todo, asumió el precio
de ser un guiñapo humano con tal de llegar al futuro, con tal de llegar al
Chile democrático de hoy y volverlo a dinamitar. Reveló entonces nombres falsos
y algunos que ya no tenía sentido nombrar, porque la muerte había llegado
primero que su delación. Pero en este punto una mente malévola la miró a los
ojos y le dijo: flaca, tú serás nuestro ángel exterminador.
Y
la sacaban a pasear. A pasear por un cementerio llamado Santiago de Chile,
entre la montaña y el océano, en los hielos y el desierto, entre la muerte y la
muerte, como le exigía Fidel a su colega Pinochet.
Escalofriante
que eso haya ocurrido en América, a plena luz del día del siglo XX.
Montaban
a la flaca Alejandra en un auto y la sacaban como un perro de presa a cazar, a
nombrar cómplices, a destruir destinos de los sobrevivientes. Alejandra de la
Muerte debía reconocer a antiguos compañeros y condenarlos a muerte con un dedo:
ése, ése, ése…
A
ése, a ése y a ése, Alejandra, los mataste tú.
Los
sicarios sólo los cazaban por convicción, porque así es como juzgan las
dictaduras, incluida la cubana: por convicción. Y los mataban gracias al ángel
de Alejandra, que nunca moría porque era un ángel, y por eso sobremurió a todos
y a todo, hasta profesionalizarse, a pesar de haber sido condenada a muerte esta
vez por sus compañeros traicionados y todavía en el clandestinaje entre La
Habana y Santiago, con un toque fúnebre entre Washington y Estocolmo.
Un
carro atestado de torturadores, perfectamente un Lada rojo. Alejandra rodeada
de muerte y promocionando la muerte de los chilenos gracias al Padre de la Patria
cubana. Muerte más muerte más muerte: la fórmula de la fidelidad. Alejandra
reconociendo libres en la calle a sus antiguos amigos, a un antiguo amor, a
veces incluso señalando por pura humillación a un inocente que debía entonces
morir. Todo, con tal de que su vida pudiera dar testimonio de lo que el ser
humano es capaz de hacerle al ser humano en el sacro santo nombre de la
Revolución.
¿Cómo
se puede sobrevivir a esos límites y encima justificarse? Yo lo narro de pronto
y ya tengo ganas de cometer suicidio, por ella, por Chile entero, por la Cuba a
medias, por mí.
Alejandra,
mátate ahora, mi amor.
martes, 20 de agosto de 2013
DISANGELIO SEGÚN ORLANDO LUIS PARDO LAZO
1Yo, que no
tenía patria, he perdido mi patria.
2La patria es,
por supuesto, el sitio donde tu vecino velará tu cadáver. 3Y yo nunca quise. 4Me
resistía desde que abrí los ojos y vi. 5Todo
era tan feo, tan falso, tan cubano a mi alrededor. 6Que nunca quise entregarles lo único que me hacía bueno
y real. 7Mi cuerpo.
8En la noche
muda de la infancia. 9En
la luz mortecina de la adolescencia. 10En
las madrugadas de desnudos en escaleras y pasillos de barrio. 11En la juventud arrasada
por la pesadilla de los años noventa. 12En
los dos mil nada, cuando ya habían muerto todos los que iban a morir y todavía
no aparecía el amor. 13Ahora.
14Cuando menos quiero que
me velen en mi país o le pongan mi nombre a una de las calles en democracia.
15No quiero que
me velen. 16En serio. 17Pero menos quiero un país.
18Por favor.
19La vida es
demasiado vida para humillarla a culminar con la muerte. 20Si la vida termina en velorio, entonces no valía la
pena vivirla. 21La vida
se abre a la vida o nunca será vida en absoluto. 22Y yo deseo vivir.
23Voy a repetirlo
despacio, porque son dos verbos que los cubanos no supimos ejecutar desde esa
arrogancia propia de los seres en libertad: deseo, vivir. 24Los cubanos, que nos masacramos en un rapto místico
llamado Patria, para conseguir nuestro más heroico estado de esclavitud.
25Ni desean. 26Ni viven.
27La policía
política cubana es el órgano (qué escalofriante palabra: órgano) encargado de eludir
diplomática y criminalmente esos dos verbos vitales, de hacerlos olvidar a base
de puro patriotismo y terror, de manipularlos a su imagen y conveniencia para escamotear
nuestro tiempo y humanidad. 28Por
eso el pueblo cubano no existe. 29Porque
no tiene cuerpo, sólo masa. 30Porque
no nos integramos en nosotros mismos como un todo, como un algo, como un
organismo vivo. 31Porque sólo
somos eso, órganos dispersos. 32Decrépitos.
33Vísceras sin vida.
34Por eso la Revolución
y el castrismo no tendrán un día después de. 35Es imposible resucitar lo que ni siquiera ha muerto,
sino que continúa condenado a vivir a perpetuidad. 36Una vida invivible.
37La letra del
Himno Nacional era premonitoria en este sentido. 38Una canción macabra, de encarnación del Mal en los
hombres y mujeres que ya se iban y en los que aún deberían venir. 39Marcha demoniaca, como la
apariencia de su autor sobre un caballo, en las afueras de una ciudad que debió
ser capital y terminó siendo holocausto. 40Música
mortuoria, compuesta precisamente sobre un Caballo, bestia apocalíptica que en
menos de un siglo pondría en práctica ese mismo himno hasta sus últimas
consecuencias poéticas.
41La poesía, y
no la política cubana, ha sido la mayor pulsión genocida en el que estuvo a punto
de ser mi país. 42Cuba,
cadalso.
43La palabra
patria no es mejor que la palabra impiedad. 44Alguien tenía que pronunciarlo por ustedes, cubanos. 45La palabra esperanza no es
estéril, pero engendra exclusivamente esterilidad.
46En la línea claustrofóbica
del horizonte. 47En la
penumbra planetaria de los mil y novecientos cincuenta y nueve exilios. 48En los cuerpos abandonados
en la estampida. 49En el
amor puntualmente traicionado. 50En
la belleza invisible. 51En
la familia que se esfumó. 52En
el hogar ingrávido. 53En el
cuerpo cubano constantemente constreñido al cadáver que lo habitará.
54Hombres y
mujeres de mi país, los he amado desde la distancia del espacio interior más
intimidante. 55Desde esas
tráqueas e intestinos he visto cosas que ustedes, los cubanos, jamás creerían.
56La misericordia
no alcanza. 57Ustedes,
que nunca tuvieron patria, no perderán la patria jamás. 58Y ese dolor es indecible.
59Queden, pues, en
la paz póstuma de mis palabras.
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